La inflamación es la primera respuesta del cuerpo a la invasión de bacterias, virus u otros patógenos. Una respuesta inflamatoria adecuada ayuda a eliminar los patógenos, pero una respuesta inflamatoria excesiva puede empeorar la condición e incluso causar daño tisular.
Las enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide, el lupus y la esclerosis múltiple son causadas por el sistema inmunológico que ataca erróneamente los tejidos del cuerpo. Estas enfermedades suelen ir acompañadas de inflamación crónica, lo que lleva a daño tisular y disfunción.
La inflamación crónica se considera un factor clave en las enfermedades cardiovasculares como la aterosclerosis, el infarto de miocardio y el accidente cerebrovascular. La respuesta inflamatoria promueve el daño de la pared arterial y la formación de placas, aumentando el riesgo de enfermedades cardiovasculares.
La inflamación está asociada con enfermedades metabólicas como el síndrome metabólico, la diabetes tipo 2 y la obesidad. La inflamación crónica de bajo grado puede aumentar el riesgo de estas enfermedades al afectar la señalización de la insulina y promover la inflamación en el tejido adiposo.
La inflamación juega un papel en varias enfermedades neurológicas como la enfermedad de Alzheimer y la enfermedad de Parkinson. La respuesta inflamatoria puede acelerar la progresión de estas enfermedades al promover el daño y la muerte de las células nerviosas.
Un ambiente inflamatorio puede promover el crecimiento y la propagación de las células cancerosas. Ciertos mediadores inflamatorios pueden estimular la proliferación de células tumorales e inhibir los efectos anticancerígenos de las células inmunitarias, aumentando así el riesgo de cáncer.